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Foto del escritorCovadonga Gil

Whiplash y los límites de una ambición

Actualizado: 13 mar 2020

Posiblemente todos hayáis oído hablar de esta película, ¿pero cuántos la habéis visto? Sin saber muy bien por qué, esta cinta pasó bastante inadvertida en el momento de su estreno (¿quizás fue eclipsada por otros títulos con estrenos cercanos como Boyhood o La Teoría del Todo?). Nunca lo sabremos con certeza. Sin embargo, Whiplash es uno de esas historias que en un principio no te llaman la atención, pero que una vez la disfrutas, se convierte en una de las mejores que has visto.

Whiplash es una mirada crítica al mundo de la música. No es ningún misterio que se trata de uno de los sectores más sacrificados que existen. Horas y horas de práctica se requieren incluso para ser apenas aceptable. Si esto es así:

¿Qué se necesita para ser el mejor batería del mundo?

La película nos lanza constantemente esta pregunta de manera subliminal. Es un relato visceral y hiperrealista del precio que uno ha de pagar para ser el mejor. Al puro estilo del "Cisne Negro", Whiplash es la historia de una obsesión: de cómo algo que amas es capaz de agitar todo lo que te rodea, y lo que es más grave, devorarte por dentro.


La cinta nos cuenta la experiencia de Andrew Neiman (Miles Teller), un joven y ambicioso baterista de jazz en el mejor conservatorio de la Coste Este de Estados Unidos. Durante su estudio, en el que está bastante volcado (lo cual afecta indudablemente a su vida social), se topa con Terence Fletcher (J. K Simmons), un profesor muy exigente y con métodos didácticos bastante discutibles.

En mi opinión, el personaje de Flecther representa al mismo tiempo dos cosas para el protagonista:

  1. Su oportunidad de triunfar. El reconocimiento que recibe como docente dentro y fuera del conservatorio le otorga un gran poder.

  2. El abismo en el que se puede sumergir. Representa la cara B de su ambición. El extremo al que jamás se debería llegar.

En definitiva, Whiplash me despierta la siguiente reflexión: ¿Hasta dónde hay que estar dispuesto a ir para lograr una meta? ¿Existen límites para la ambición? Y en caso de respuesta afirmativa, ¿cuáles son?

Ahora me gustaría saber qué pensáis vosotros. Os leo en comentarios y os deseo una muy buena semana (independientemente del día en que leáis esto).

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